Por
naturaleza, nunca fue una ciudad hegemónica, más bien fue un operativo
centro de actividad económica y de intercambio comercial, un lugar de
encuentro de pueblos y culturas.
Tampoco fue, ni siquiera supinamente, condescendiente con los
dominadores:
a aquellos que supieron respetarle su identidad les manifestó
apreciación y fidelidad (es el caso de los reyes aragoneses); contra los
malos gobernantes supo reaccionar e insurgir.
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Catania, en el curso de sus
2700 años de historia ( su fundación se remonta al 730 a.C.)
ha
vivido épocas de esplendor.
En la edad romana debía ser una ciudad floreciente si pudo
construir un anfiteatro que por sus dimensiones era el segundo
después del Coliseo.
Durante la dominación normanda,
suaba y aragonesa fue residencia
real y por casi un siglo la capital de un Reino.
En aquel momento histórico la ciudad era considerada un importante
punto estratégico y Federico II, que cultivaba el sueño de portar
el centro del Imperio al corazón del Mediterráneo, es quien hace
construir el Castillo Ursino.
Alfonso de Aragón, en cambio, escoge Catania para fundar la
primera Universidad de Estudios de Sicilia ( entre las primeras de
Italia) en el 1434, la cual será un punto de referencia de la
cultura de aquel tiempo.
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